lunes, 1 de septiembre de 2008

¿Madre hay una sola?

Por: Florencia Gaitán

La madre de una amistad que nunca imaginé. Eso es la calle Mitre para mi.

Fue ruta obligada para volver a mi casa después de varias horas de cursada durante los últimos dieciséis meses. Mi ruta y la de Emmanuel.

Siempre adelante de él, caminaba sin saber de su existencia, de lo importante que serían sus palabras y consejos sólo unas semanas más tarde, de lo divertido de su imaginación, de lo iguales que eran su pasión y la mía por la música, de lo paisanos y sencillos, parecidos y distintos que eramos.

Con tan sólo una cuadra de distancia, nuestras vidas empezaron a desarrollarse a la par y la calle Mitre fue testigo de las charlas más serias y disparatadas que nadie pueda tener jamás.

Lo torturé meses y meses con mis historias de amor frustrado, mis problemas de convivencia, mis serias dudas sobre la carrera, los traumas de mi infancia. Pero él nunca se quejó. Me escuchaba, otras veces sospecho que fingía hacerlo para que yo me sintiera bien, me aconsejaba, me tranquilizaba. Se fue ganando día a día toda mi confianza y todo mi cariño.

En reiteradas ocasiones, compartímos a nuestra progenitora con otros compañeros y también, historias y anécdotas de cosas que nos pasaron en esa calle que, la gran mayoría de las veces, tenían que ver con mi incapacidad de cruzar de vereda correctamente.

En pocos meses, sentí que a Emmanuel lo conocía de toda la vida.

Hoy, ya no frecuentamos las cuadras que le dieron vida a nuestra amistad, pero nada de lo que construimos se derrumbó. Y sé que en los próximos años seguiremos contruyendo muchas historias más.

Manu se convirtió en el hermano más grande que siempre soñé tener y que mis padres biológicos no me pudieron regalar, pero sí pudo hacerlo mi madre bahiense, la calle Mitre.

Y no voy a olvidarla nunca por ello.

1 comentario:

E.B dijo...

Uf!. Sin palabras. Uno pocas veces se da cuenta de lo importante que puede ser para alguien. Que bueno que lo soy para alquien que tambien lo es para mi.
La cantidad de veces que nos cagamos de risa en esa calle y las tantas otras que puteamos por algo que nos indignaba.
Era obvio que teníamos que terminar siendo amigos pibita, ¿no es mucha casualidad que siendo compañeros en un curso de no mas de sesenta personas en una ciudad tan grande llegamos hasta a vivir a diez metros? Son presagios del destino jeje. Ojalá esta amistad siga siempre. Salud por la vieja! je.Tqm.